2.3.11

Lo que le causó una tristeza

Un día gritó tan fuerte que sus cuerdas vocales se reventaron, luego las vomitó en el medio del dolor de su llanto desgarrador.
Su perro se las comió y comenzó a hablar como ella, pues como en un rompecabezas, las cuerdas encajaron en su garganta y este aprendió a hablar igual a ella, quien en medio de su dolor no sabía si reír al escuchar a su perro hablando y cantando como ella, o llorar por su pena intensificada por su incapacidad para expresarse oralmente.
Decidió arrodillarse junto a su perro y lo abrazó, como nunca, ahora los unía algo mas que un sentimiento, ahora los unía una voz que se había liberado en un grito desesperado y había colonizado un territorio teóricamente hostil para los humanos.
Se adoraban y permanecerían juntos, ella atrapada en su melancolía y él afanado por hacerla feliz.
Él la entendía, en sus ojos percibía su dolor, en esas miradas intensas e infinitamente tristes y con trazos vacíos, pero profundamente expresivas. Él la acompañaba y en silencio la animaba, pues sólo cuando era extremadamente necesario, le hablaba con su voz para colorearle los momentos con sus historias de perro.

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